sábado, 30 de diciembre de 2017

Sin nadar

Mi sangre esta alcanzando a las estrellas.

¿Qué haces tú, sentada, viendo al sol morir?
Cierras los ojos en su último resplandor,
como si así, te fueras a atragantar con toda su omnipotencia.

¿Qué haces tú arrastrando los pies sobre la arena?
Miras fijo, delante y no parece ser suficiente
No necesitas compañía, pero estas acompañada,
entonces aspiras sobre la grandeza que te rodea
y expiras la muerte de esta sangre que inunda tus venas,
sangre atolondrada que no sabe a dónde correr.

Y la luna se va dibujando de a poquitos,
delgadita sobre tu cabeza
Las nubes oscurecen nuestro cielo
con una rapidez de humo clandestino,
mientras el rosa va luchando por sobrevivir.
Y no sabes que decir 
y ya no puedes escribir.

Las moscas inundan  el fango que se alza sobre ti,
buscan donde pasar la noche y abrigarse.
La luz de las lámparas parece más resplandeciente,
mientras la música que escuchas aumenta su tempo 
y se elevan esos violines que no quieres escuchar,
pero escuchas.

Cada cierto tiempo,
regresas la mirada 
como buscando recelosa en ti algo nuevo 
que encienda esa paz que la sangre ha triturado.
Escribes para no morir, 
porque después de este semáforo el sol se oculta,
el sol se va.

Y la sombra se va dibujando ,
aún borrosa porque cae el sol.
Tus ojos tintinean al ritmo del aleteo de las polillas.
Sola, sola asusta.
Tener tanto amor y no poder sacarlo.
Enclaustrada,
pero con ganas de cruzar la valla del fondo del mar, 
pero sin nadar porque no gusta hundir la cabeza en el agua.






Yasunari Kawabata

Para ti, hombre de pestañas largas  que lee un libro  frente a mi.
Tienes varias miradas encima  que intentan leer esas letras que cargas.Despeinado pero sexy. Sonríes porque algo dio risa y pasas la página.
¿Estarás fingiendo leer? Lo dudo, te veo deslizarte en esas letras. Que ganas tengo de leer lo que lees.Tanto que escribo para leerme a mi misma.
tu lado, nuestro compañero de vagón ,deja su lugar dando brinquitos al ritmo de Michael Jackson . Su sitio queda libre.
Si me acerco sería peligroso seguir escribiéndote.
Junto a ti se acomoda la muchacha multitelefónica que llora una crisis de pareja.  Sigue escribiéndole  al hombre con el que pelea  desde su segundo celular y al mismo tiempo,  el primero le sirve para reír hurgando en fotografias pasadas de sus amigas y se seca las lágrimas con la manga de su abrigo negro. Y tú sigues hipnotizado con esas páginas sepia.
La hija de la cantante chilena ,que conocí antes de subir al metro,  cuelga de sus brazos firmes mostrando las axilas llenas de vellos rubios, de un tubo en el techo. También te ve, pero tampoco te das cuenta.  Esta más cerca y ya sabe quién es el autor de tu libro.
Me lo susurra : "Lo bello y lo triste" de alguien con nombre japonés.
A un paradero del final,  te alistas para bajar y cuelgas de tu hombro un pesado instrumento  de percusión, deslizas el libro por el bolsillo pequeño del estuche, mientras mis ojos quieren alcanzar el nombre de  dicho japonés.
Miras hacia abajo, te noto melancólico.
De pronto, recuerdo porqué te miro tanto.
Al subir al vagón, ensuciaste mis botines de gamuza con tus converse sucias. Justo después de ponerme los audífonos para fingir escuchar música, me pisaste y te miré con una furia que mutó a interés.
La chica hija de la cantante ,con la que pronto tomaré clases de voz, se despide de ti.
¿Será que ya te conozco?.
Avanzas unos pasos, siento que abres los labios para decir algo y te vas.
Te sigo con la mirada.
Volteas.
Y salgo por la puerta contraria sonriendo.
Este tedioso viaje se me hizo inspirador gracias a ti.