Qué tan peligroso es ser invadida, de vez en cuando, por el espontáneo deseo de recrear nuestra pequeña historia una y otra vez.
Una se aferra a lo familiar porque lo conoce, y sabe a qué paso avanzar y en qué tono reír , esquivar cuando es necesario, y dónde o con qué fuerza apuñalar cuando duele.
Lo desconocido es como un abismo, pero no por eso carece del deseo de saltar.
El deseo es congénito en una mujer, como yo, que siempre viste la piel de amante.
Entonces, el inicio del nuevo viaje hacia el abismo, se mancha de paradigmas, se reduce y parece una derrota más.
La búsqueda eterna de recrear la película francesa fracasa constantemente, con justa razón.
Y el motivo para darlo por sentado, no recae en el pasado, sino justamente en el deseo de un futuro de esa magnitud.
El viaje que viene es agotador y duelen las raíces o la cabeza o el sexo.
Pero, algo duele y se come los restos de nuestra pequeña historia poco a poco.
El deseo de viajar nos mata progresivamente.
Y a pesar de eso, habrá cierto placer en nuestro velorio.
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