Te he soñado. El mismo rostro, el mismo pelo, pero de alma diferente. Eras tú, y a la vez escondías a alguien más. Tenías entre tus sábanas a una joven de mirada extraña e inexperta y parecías contento al saberte superior. Toqué tu puerta y por un segundo nos miramos como si en alguna otra dimensión se estuviera construyendo una historia verdaderamente mágica y hasta perfecta entre nosotros. Sin ningún remordimiento, como si no fuera yo misma tampoco, le dije a aquella joven que se vista y le di unos medicamentos intentando curar su sexo después de haber sido penetrado y eyaculado por ti. Me invadía una templaza absoluta, un control equilibrado. No sentía absolutamente nada, solo había ido a hacer mi trabajo.
Y es que no era tu alma la que estaba allí junto a otro cuerpo. No eras tú. No eras nada de lo que realmente me gusta de ti.
¿Qué es lo que te gusta de mi? ¿Es algo que cambiará a través el tiempo? ¿Es acaso mi belleza lo que amas? ¿Es acaso mi sexo idealizado en las sombras lo que te vuelve loco?.
Si es así, te pido por favor que no sigas a través de este umbral que me guía, porque hoy he comprendido que habrá siempre a nuestra disposición un buffet interminable de carne cruda con cuerpos hermosos, feos, musculosos, delgados, voluptuosos, altos, bajos, bien dotados, de contorsiones ideales y flujos inimaginables, con olores y sabores de todo tipo y para cualquier ocasión, pero la sangre que vibra dentro de aquellos universos siempre será indescifrable a primera vista.
Por culpa de mi espíritu aún miserable, siento el dolor que genera desapegarse de toda esa belleza etérea, siento la impotencia de no poder atragantarme con todas esas tripas como un animal prehistórico y sin intelecto, siento pues, que en la desnudez de mi pobreza interior, algo oscuro y con sabor a estiércol me exige consolidar mi puesto como reina absoluta de corazones [es mi ego], y sé que en el fondo tu luchas –como yo– con esa ansia de saberte el emperador de todo lo que tenga vida y aparente belleza.
Pero, hoy he tenido una epifanía entre sueños que ha revelado una verdad que trasciende los límites de lo elemental, me rescata de la indigencia y me desviste de los harapos sucios que han colgado en mi cuerpo veinticinco años luz.
He comprendido que sería imposible para mi amarte si no tuvieras el alma que tienes. Aun conservando tu cuerpo, tus gestos, tu sexo, que me tienen a un millón de decibeles por segundo, si no tuvieras esa alma que te caracteriza y que me vuelve implacable como ahora mismo, NO TE AMARÍA. Es más, ni siquiera pensaría en poseerte de alguna manera vana o atravesarte de vez en cuando, no sentiría celos, simplemente perdería interés, no sentiría absolutamente nada por ti y hasta te despreciaría al saberte divino en otra dimensión y vacío en la que se me ofrece tomarte, sin aquella alma que he descubierto que me hace serte fiel y tenerte fe. Porque, cariño, ahora que te he encontrado en mis sueños con el interior de otro color, sé que me sería imposible abrirte la puerta a mi universo, solamente con la aprobación de tu empaque. Por eso, te pido que conserves la lucidez de tu mirada infinita que sé que hábilmente mutará entre tantos destinos.
Aquella ilusión proyectada en mis sueños eras concretamente la carne joven que eres hoy y que, por el placer que me regala a diario, puedo creer que fisicamente me inhibe de ver con ojos deseosos otros cuerpos, al punto de anular mi oxitocina y tender un escudo de hierro ante otras carnes posiblemente seductoras. Pero, cariño mío, quiero aclarar que para mí hace mucho que has dejado de ser un pedazo de carne. Es tu alma lo que hoy –concretamente– se me ha revelado como la motivación profunda de mi lealtad. Sin ella, repito, todo deseo se desvanecería, desde la proyección de un futuro juntos, hasta el sexo ocasional.
Tu alma es infinita, un bucle que siempre busca desahogarse de lo simple. Eres un alma que conscientemente gusta de sufrir y amar, de invocar al mismo tiempo a los dioses y al infierno, que gusta de saberse nada y a la vez todo.
Doy gracias a mi alma por permitirme verte más allá de lo que la mayoría deseosa podrá contemplar en ti. Y solo me quiero quedar con ese como tu recuerdo eterno.
Somos pues un par de cuerpos delicadamente dibujados –como muchos otros– comunes son nuestras partes y vacíos siempre esperan nuestros sexos tal como nuestros estómagos, pero de nuestra alma nadie más saboreará con esta clarividencia que nos inunda.
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